Leí, hace
mucho tiempo, una novela de
anticipación (escrita por los hermanos Strugatsky)
cuyo título es “¡Qué difícil es ser Dios!”,
que resumo al mínimo: una sociedad feudal, metida en batallas, matanzas,
traiciones y enredos, es vigilada –y
escasamente tutelada- por un puñado de gente
alienígena. Tanto los no-evolucionados pobladores del planeta (que muy bien podían ser, más bien, humanos
involucionados), como sus vigilantes, son personas (quizá se trataba de
una cuestión de viaje en el tiempo, o de un planeta humano aún semi-salvaje, siendo
estudiados los habitantes por sus congéneres extraterrestres más evolucionados,
no recuerdo) fisiológicamente como los humanos actuales. Pero lo que del
propio título se deduce es que: o los humanos (normales) somos genéticamente unos bárbaros incapaces e
irracionales; o que cualquiera, por el simple hecho de tener disponibilidad del
Poder
(de donde quiera que provenga el
mismo) puede hacer con ellos/nosotros lo que quiera, como quiera y cuando
quiera. Como ocurre, diariamente, con los
animales, sometidos a un Poder inmisericorde: el nuestro.
En otra
ocasión, leí otra larga novela de
ficción-anticipación, cuyo fondo excedía con mucho la aventura, la
socialización de algo imaginado, la invención futurista: Para hundirse en una
historia casi macabra, filosófica, triste, con un velo símil religioso, que
resumo también al mínimo. Se llama “El
Mundo del Río” (Philip José Farmer). En ella, en una sociedad “normal”, moderna, las personas se mueren
como suele ocurrir. Siguiendo a un personaje, el mismo muere y se reencuentra a
sí mismo, en un despertar, vivo junto a un río. Nada le es familiar. Hay un entorno
natural, agresivo y raro, hay gente dispersa y confusa como él, renaciendo o
que ya lleva allí (¿reencarnada,
rediviva, recuperada, clonada?) poco o mucho tiempo. No hay recursos para
intentar nada, para hacer nada. En el curso de cada día, unas máquinas
dispensan una papilla, que es lo que come la gente. La sociedad es caótica,
basada en el abuso, la violencia, la agresión, la autodefensa. La gente muere…
y vuelve a renacer en otro sector del río, hasta que otro de sus bárbaros
iguales les mata y vuelta a renacer otra vez en otra orilla. No hay más que
hacer que usar burdamente los instintos primitivos, sin objetivo alguno. Nueva
muerte, nuevo renacer. Y así, una vez tras otra.
Por supuesto,
la narración da indicios de que “alguien”
dirige desde fuera (un Gran Hermano
cualquiera pero externo a esa sociedad) ese renacer, luchar, sufrir, morir,
renacer otra vez… que no se acaba. No
viene al caso el periplo del personaje a lo largo del curso de ese Río de la
vida o de la muerte. En todo caso, lo que cuenta es la aparente imposibilidad
de extinguirse de una vez y descansar. Sabiendo que, por lo que parece, la
injusticia… no tiene final. Como no tiene
final la injusticia que cometemos nosotros, como seres miserablemente
superiores, con los animales.
Son dos casos
de “libertad vigilada”de sociedades
humanas injustas, esto es, una libertad inexistente y una existencia aleatoria. Puesto que, en ambas situaciones, los “indígenas” no son más que especímenes de laboratorio humanos, con mayor o menor tratamiento invasivo,
pero siempre servidores ignorantes e involuntarios de los planes de esos“seres superiores” que los miran, los
analizan, los usan y los descartan fríamente, como cobayas, o como basura biológica de fácil e incesante sustitución.
Por supuesto, una inversión tan intensa y planetaria de medios personales y
materiales (el vigilante y la infraestructura
que le permite vigilar) de tal calibre tiene que estar muy justificada por
el beneficio que ellos (los “superiores”)
saquen de su investigación, esto es, del ejercicio de su Poder exclusivo.
Pensemos: Si esos “dioses” en realidad son humanos normales,
ya vengan del futuro, ya vengan de un planeta hermano, ya vengan de otra línea
temporal, ¿para qué están ahí? No
fomentan la evolución, no mejoran la organización social, no eliminan la
violencia y la agresión, no asientan la ética, no reordenan la interrelación
entre los humanos vigilados, no impiden las muertes inducidas, no impulsan
sistemas que proporcionen una estancia vital segura, tranquila, evolutiva,
progresiva (todo eso que puede
concretarse en “feliz”) y que se extienda una Justicia para Todos integral y definitiva. Sólo abusan
indecentemente de su posición (superior,
suprema, tecnificada o como quiera definirse) permitiendo (cuando no fomentando) guerras,
agresiones, desdichas, pérdidas, sangre y desesperación, generación tras
generación. Saquen de ello lo que saquen: beneficios técnicos, aportes
económicos, conocimientos secretos del medio, planificación de una invasión o
de una entronización (¿faraones? ¿reyes
mayas? tal vez en el pasado, o el presente o el futuro) que mantenga en un
puño a los habitantes y los expriman (o
los exprimen) para sus fines… total, si eso es lo que hacen sobre nosotros
quienes detentan un Poder (el que sea, el que es), pues entonces lo repercutimos orgullosamente martirizando
y matando a los animales, y así… somos diosecillos.
¡Qué difícil
es ser Dios! Eso lo dijeron los hermanos Strugatsky, pero ¡por dios! que lo suscribo, pues ha sido, y es, tan difícil y
hasta parece imposible imponer la Justicia
para Todos por parte de un Dios (o dioses) Justo, Ecuánime, Compasivo,
Evolutivo y Sincero… por lo que voy
a permitirme realizar alguna modificación sin importancia del título al que me
he referido: “y qué fácil es ser dios cuando se es injusto, permisivo, trapacero,
incongruente, interesado, egoísta… etc.”
Porque ¡qué fácil es acaparar, usar y abusar del
Poder!
Finalmente,
los humanos parece que sólo estamos para servir, mantener y obedecer a otros
humanos, que ¿por qué no? seguro que
se creen Seres Superiores y así
actúan con la población (ganado
económico). Igual que, por contagio, la población así explotada
consideramos que los animales (ganado
biológico) están para servirnos, mantenernos y obedecernos a nosotros, con
lo que en este caso ello comporta de Suprema
Injusticia.
¡Qué difícil es ser nadie!
Sara Téllez para ACMAT-CERO
Enero de 2014.
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