La naturaleza y el derecho de propiedad ¿o será que España no es Europa?
Dando por
cierto que mi opinión importa poco a nivel social, reconociendo que mi criterio
es irrelevante para la supervivencia, o no, del mundo natural, me permito –no obstante- narrar un episodio que he
presenciado y sacar mis conclusiones:
Me encontraba
de visita en una playa vacacional, de esas masivamente anheladas y envidiadas
ya sea por sus dotaciones, su
territorio, su situación, su clima, cuestiones todas que no voy a comentar.
Adosada a mi residencia eventual, había otra idéntica y que había sido vendida
hacía poco por –a mi parecer- una
cantidad escandalosa de euros (dado su
básico diseño y decrépita estructura), a “unos europeos”. En aquel momento
una pareja, en efecto de esa procedencia, y no identifico el país concreto,
aterrizó a tomar posesión de su casa.
La casa tenía
delante un parterre no muy grande donde lucían al sol muchas plantas de pitas medianas y grandes, verdes, rozagantes,
con aspecto de llevar muchos años arraigadas, más unos cuantos arbustos
variegados de más de medio metro de alto y un arbolillo de cierto tamaño. Para
mi pasmo, por orden (me dicen) concreta
de los dueños, unos trabajadores arrancan plantas y arbustos, uno tras otro, en
ocasiones troceándolos para más facilidad, o bien enteros y con raíces, y los
arrojan en montón a un lado y desmochan el arbolillo. Les pregunto si los que
se han arrancado enteros se van a trasladar a otros lugares comunes (que los hay, muchos y vacíos) del complejo
vacacional y me dicen que el “encargado” del mismo no las quiere replantar y se
van a tirar.
Y, en efecto, pude
ver como carretilla tras carretilla y vertidas en el contenedor callejero de
desperdicios, aquel enorme montón de las antaño felices, sanas y hermosas obras
de la naturaleza, artificialmente situadas en un parterre humano por humanos,
habían sido liquidadas de forma inmisericorde por humanos, pues hasta para ser
animal o planta hay que tener suerte…
Y ahora, el comentario:
Dado que el sacrosanto derecho de propiedad individual sobre la naturaleza
permite hacer con las posesiones, cosas, animales o plantas, lo que el dueño
jurídico del “bien” o del sector (la “parcela”)
quiera, nada podía hacer contra el destrozo (salvo
conseguir dos tristes plantoncillos para replantarlos en mi casa y que me
permitieron retirar), durante el cual mi espíritu bullía de impotencia. En
parte al ver a los trabajadores tajar con indiferencia troncos, tallos y raíces
y destrozar la paciente obra de la naturaleza. Bastante más al saber que, por
ahorrarse el trabajo, el encargado de la zona permitió que plantíos saludables
y crecidos fueran a la basura, habiendo sitio sobrado y adecuado para darles
cobijo, y sin coste, en las zonas comunes.
Pero, sobre
todo, porque mi sombrajo de esperanza por la naturaleza, que siempre he situado
en la civilizada Europa de allende
frontera, se ha hundido al contemplar cómo nacionales de un país, supuestamente
más evolucionados, civilizados, concienciados, formados y capacitados que
nosotros, proceden a arrasar aquí una flora indígena con la mayor indiferencia,
al amparo del derecho –recién adquirido-
de propiedad. Ignoro sus razones para hacerlo, admito que son hechos que pueden
estar ocurriendo cada día sin mayor trascendencia social, comprendo… pero no, no lo comprendo: sólo he visto, a
pequeña escala, cómo el hombre antepone sus antojos privados a la pervivencia
de obras de la naturaleza preexistentes, cómo las mismas son destruidas con la
complicidad cruzada entre el derecho de propiedad, la indiferencia de quien
sólo es “un mandado”, la hostilidad de quien puede salvarlas y no quiere
molestarse en hacerlo, la falta de derechos del mundo natural, la impotencia y
falta de medios de quienes lo contemplamos sin más que una protesta ineficaz…
Sin que cambie nada la nacionalidad que se ostenta.
Ya estoy de
vuelta en mi estepa, en mi secarral barrido por los vientos pero donde
contemplo “mi” ciprés, “mi” plátano de sombra, “mis” arbustillos, “mis” tres o
cuatro frutales sin fruta. Y soy mucho más consciente de que están ahí porque
“mi” derecho de propiedad les está protegiendo. De forma provisional.
Porque, lamentablemente,
el fantasma del alzheimer, o el parkinson, o el infarto o la rotura de cadera
ostentan mucha más propiedad sobre mi pedazo de estepa y mis modestos plantíos,
de lo que lo tengo yo. Cuando yo falte de aquí y el jardincillo cambie de dueño,
15 o 20 años de arraigo de mi jardín estorbarán probablemente a la
entronización de un elegante porche de aluminio lacado, de una pretenciosa piscina
de rutilante plástico, de una pradera de artificioso y sediento césped… y
caerán mis felices plantas víctimas de la propiedad cómo antes fueron alentadas
por la propiedad.
¿Y Europa habrá para entonces conseguido ser
realmente ecológica? ¿Y España habrá entendido que no sólo es población, sino
también y esencialmente flora y fauna?¿Se vivirá para entonces con respeto y
moderación hacia el entorno y hacia uno mismo? ¿Le importará algo a alguien?
En un
territorio en que los animales son “cosas”,
las plantas “explotaciones”, la
tierra “patrimonio”, el agua “administración”, la sociedad “economía”, la política “negocio”, dejo a cada uno su apuesta
de futuro… si es que lo hay.
Sara Téllez-Torre
Abril 2013
1 comentario:
Sara, me pareces una mujer impresionante.Muchos de Los politicos tendrían que pensar como tu, dedicar un poco del dinero que "algunos roban"a colaborar en acciones de defensa a la naturaleza, a los animales y no a fiestas populares de martirio para que disfruten los que participan en ella...y siempre martirizando a pobres indefensos.
cuenta conmigo para cualquier apoyo que necesites.Estamos muy faltos de gente como tu.
Un abrazo
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