Ayer elevé mis ojos al cielo y sólo ví estrellas, tan, tan lejos de esta tierra de lamentos, que hasta duele… No esperaba ver otra cosa, pero mi pensamiento brilló por un momento en la esperanza de que, a miles de millones de años luz de espacio y tiempo infinitos, haya un dios en los cielos… de misericordia y de justicia.
De misericordia por esos niños y animales torturados y matados, para que semejantes desatinos dejen de ocurrir, sin moratorias. La misericordia no me compete a mí, pobre ser de mísero alcance entre siete mil millones de seres buscándose la vida. Le compete a un ser superior, que sepa y pueda decir una frase final, rotundamente obligatoria para todos y para siempre: BASTA YA.
De justicia, oh ser superior que ojalá existas, para aplicarla para todos y para siempre: BASTA YA.
Y, tontamente rebelde como soy en mi pequeñez, y si es que existes: cuando por descreído tu sentencia para mí sea el infierno, en una eternidad incomprensible, yo te ruego, por tu equidad, me pongas en una ardorosa esquina donde pueda contemplar cómo reciben una infernal justicia del infierno, eternamente, hasta el infinito de tiempos que no acaban, los miembros de esta inmanejable especie humana que han vulnerado la misericordia y la justicia para infligir a pequeños inocentes, niños o animales, las más horrendas e increíbles torturas mientras, entre alaridos, aún están vivos.
Cachorritos tan agónica y cruelmente torturados… Si no hay un ser superior que imponga justicia estricta, nosotros, miembros de la especie humana, si no hemos podido, no podemos y ¿acaso nunca vamos a poder?
Y si la misericordia y la justicia, divina o dudosamente humana, no lo logran, aquí me quedo esperando el meteorito que, como con los dinosaurios, imponga un nuevo orden y justicia esencial: para los justos, el fin del agobio de no ser capaces de acabar con tales horrores. Para los torturadores, el fin de sus días y de sus actos.
Si es que hay dios.
L. G.
© 1102178524049
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