LA NUEVA VÍCTIMA
Hace un par
de meses por casualidad descubrí una película en una cadena de TV poco conocida.
Ya estaba empezada pero esos pocos segundos de visionado me bastaron para
quedarme y fui progresivamente impresionada, impactada, sensibilizada, hasta la
náusea por vergüenza de formar parte de la humanidad –esa que no acertamos a
impulsar a una actuación ética-, con un dolor profundo por lo visionado y por
impotencia ante la injusticia. El film
se basa en hechos reales, recogidos y difundidos por un periodista nacional de
ese país (que no indico), el cual acudió a raíz de los hechos para informarse.
Se trata de una aldea en un país del medio-oriente, donde gozan de las ventajas
de la vida moderna, automóviles, aparatos audiovisuales y demás facilidades. En
el pasado, el país conoció de igualdad entre sus habitantes pero a la fecha
actual las mujeres allí ya no tienen los derechos que tuvieron tiempo atrás y viven
con sayas y velo, bajo la potestad marital absoluta y en una sociedad sacralizada
fundamentalista.
En esa aldea, vemos a una mujer casada y con
dos hijos varones de unos 12 años, centrada en su familia por obligación y
devoción. Un amigo de ellos ha quedado viudo con un hijo, recién fallecida la
esposa. Disponiendo de tiempo y compasión, la mujer casada a que me refiero
procura ayudar en el día a día al viudo, que se ve privado de la mano de obra
de su esposa, lavando su ropa y la del hijo del mismo y atendiendo a su comida.
Al tiempo oímos, en conversaciones entre
hombres, que el marido de la mujer
compasiva tiene una amante en otra ciudad. Y que, cansado de su mujer y deseando
obtener la otra de pleno derecho, plantea la situación al grupo de
hombres, en el que participan tanto el representante religioso oficial como el alcalde de la aldea. Y en ese grupo, tirando
por la vía rápida, alguien sugiere que –dado
que la esposa que quiere repudiar, se sabe que diariamente ayuda al viudo ajeno-
la acuse de adulterio y obtenga fácilmente el repudio, con lo que
no perderá su fama de hombre “digno”
y se razonará la ruptura por su parte. Siguen maquinando, se enredan en sus
propios manejos y cada vez van más lejos, ya empecinados en lograrlo: amenazando
al viudo, lo fuerzan –claramente- a
mentir y decir finalmente –después de
intentar varias veces resistirse- que
acepta informar de que la mujer ha cometido adulterio con él. Como están presentes marido, el clérigo y el
alcalde, el asunto está juzgado, ya, desde los puntos de vista personal, religioso
y político.
Desde ahí, en una cascada de horrores
sucesivos, comunican a la mujer (y a la
madre de ella, que contemplará impotente el desarrollo de los acontecimientos),
que ha sido culpada, juzgada y condenada. Y
la condena, es la lapidación.
Sólo haré un resumen del horror visto e imaginado:
En un incesante y rápido bombardeo de acontecimientos espantosos se contempla cómo
los maquiavelos pueblerinos van
desarrollando toda la pompa previa exigida por la
condena como una alegre tradición folclórica, y con cerrazón
e indignidad, van desarrollando la larguísima preparación de una fiesta pública de tortura y muerte, en
la que todos los habitantes masculinos de la aldea van a participar alegre
y decididamente, previo el acto incalificable
(que corresponde realizar y preparar a
los niños de la aldea) de recoger y amontonar decenas de piedras para el alcance de los tiradores. A la
víctima, viva y consciente, vestida de blanco, la entierran viva hasta medio
cuerpo en tierra, dejando fuera el torso y la cabeza. Era su vecina, su
pariente, su hija, su esposa, su madre. Ahora ya sólo es la Víctima.
A cierta distancia de ella, los primeros en “tirar” son su propio
padre, su marido denunciante, y los dos hijos menores: una de las primeras
piedras abre la frente de la mujer, que contempla traumatizada a quienes las
arrojan, y corre la sangre cara abajo,
tiñendo el blanco vestido. Se abre el festejo aún más público: alcalde,
clérigo, todos tiran la piedra. Sólo el viudo que mintió obligado, lo intenta y falla y se retira, único
en hacerlo. Todos los hombres del pueblo arrancan entonces en turba acompañando
con griterío su puntería, una lluvia de piedras llega al cuerpo, los globos
de los ojos se le van ensangrentando en torno a la pupila por los golpes en la
cabeza, el cuerpo semienterrado (los brazos
están amarrados por detrás de la espalda para impedir taparse) se bambolea
a derecha e izquierda a cada pedrada, mientras un charco de sangre se va
extendiendo a su alrededor donde tierra y cuerpo están fundidos. Ninguna piedra
es misericordiosa, como si estuvieran estudiadas para alargar la tortura, la
diversión. Con los movimientos de los ojos enturbiados por la sangre
interior y exterior se va viendo cómo desfallece la mujer, hasta expirar, por fin, por fin. Una muerte lenta,
dolorosísima, vista venir de frente, vistos
de frente los matadores, vistos llegar uno tras otro los proyectiles como
instrumentos del dolor, traduciendo el espectador atónito lo que estaría
pasando por su cabeza torturada, durante
el largo rato en que la razón pudo aún mantenerse y durante todo el tiempo
que el cuerpo inmovilizado aún pudo soportar la tortura sin morir. Ese cuerpo amarrado, semienterrado, impedido de la más
mínima defensa, forzado por una banda institucionalizada de sádicos que se satisfacen
arrancándole cruelmente la vida a golpes y abriendo heridas unas sobre otras.
El
periodista citado ha podido grabar en el pueblo
testimonios de todo lo ocurrido. Se va ya.
Los hombres del pueblo, se lo impiden, le paran, le arrebatan la grabadora, sacan la cinta, la destruyen y ríen. El
periodista arranca el coche, está saliendo del pueblo, ya lejos de ellos. Se
para (¿tendrá avería?). De una casa
lateral sale la silueta negra velada de
la madre de la asesinada, que se vuelve a lo lejos hacia los hombres del
pueblo, alza la mano hacia el cielo: en
ella muestra… la cinta grabada real. La otra era un señuelo, sabiendo lo
que pasaría. El periodista recoge la cinta y se marcha a toda prisa. Eso permitió conocer esta historia. No
sé, ni quiero adivinar, qué pasaría con la madre coraje.
Pues bien, el dieciséis de septiembre de 2014, veamos un país de la
Comunidad Europea, civilizado, evolucionado, tecnificado, sin fundamentalismos,
con educación generalizada, con una Constitución igualitarista, ocupando un
digno lugar en el mundo: bajemos desde el espacio en un zoom: primero la Tierra.
Luego Europa. Luego España. Luego, Castilla-León, luego Tordesillas…
Un ser vivo, al que llaman “ELEGIDO”, que no
ha hecho nada para merecer la tortura que se le va a infligir, ha de ser públicamente
perseguido a caballo, acosado, alanceado por los jinetes participantes, sucesivas
veces a la carrera y finalmente matado en una fiesta colectiva programada, montada,
desarrollada, gozada por humanos, basada en la tortura indigna, continuada,
legalizada y culminada con, después de la serie de crueldades, su muerte cerrando
su agonía festejada, con la lanzada final de un pueblerino cualquiera que
encuentra su minuto de repugnante gloria mediática matando a un toro indefenso,
agotado y desangrado por las lanzadas y la persecución.
¡Y las cadenas de televisión y los medios se ocupan
de transmitir esa barbaridad! Mejor debatan y evalúen que ESA BARBARIDAD se presenta a los niños de la zona y a
los que les permitan verla en la pantalla, como una tradición con la que divertirse. Lo cual
representa un atropello y vulneración impunes de los derechos de una infancia
sana y pacífica. ¿Dónde está la ética? ¿Dónde las personas razonables? ¿Dónde
está el Gobierno? ¿Dónde la Comunidad Europea? ¿Dónde el mundo civilizado?
Mujeres torturadas, niños violentados, animales destrozados… y ¿todos tan
contentos porque la vida –y la muerte-
es una fiesta?
Basta
ya. La tortura
es tortura y la muerte es muerte. Basta
ya de torturas
en festejos públicos en ningún lugar de España. El festejo de Tordesillas
no es sostenible por más tiempo. No es defendible en ningún momento. No es
aceptable que los poderes públicos, ni locales ni autonómicos ni
centrales, lo autoricen más ni que los
partidos políticos lo toleren. No es posible que la sociedad lo permita por más
tiempo. Basta ya.
La película de referencia se llama: “La
lapidación de Soraya”
Sara Téllez-Torre
Para ACMAT-CERO
Agosto de 2014